Sonó el teléfono de Nathanael, una mujer le pidió que acudiera a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados; él hombre pensó que había noticias acerca de su estado migratorio y el de su esposa embarazada.Al llegar a la COMAR tuvo que esperar más de tres horas junto a sus compatriotas haitianos para ser atendidos; …
Lo citan con urgencia en COMAR; sólo es para pedir paciencia con los trámites migratorios

Sonó el teléfono de Nathanael, una mujer le pidió que acudiera a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados; él hombre pensó que había noticias acerca de su estado migratorio y el de su esposa embarazada.
Al llegar a la COMAR tuvo que esperar más de tres horas junto a sus compatriotas haitianos para ser atendidos; estar con el sol a cuestas y de pie no les importa, solo quieren saber que sucederá con ellos.
“Van a tener que ser pacientes, hay mucho trabajo. Hay muchos como ustedes buscando ayuda y nosotros estamos tratando de dársela”, le dijo la trabajadora de la comisión.
El hombre intentó preguntar por qué hacerlo ir si no le dirían nada relevante; la mujer le pidió que dejará la fila para dar paso a otro haitiano de los que están ahí.
“Ya no tenemos dinero y aquí todos nos quieren dar caro. Porque entra otra gente a la tienda y vemos que pagan menos, ellos creen que no sabemos. El taxi, no sé porque nos cobra más a los haitianos. Hoy pague mucho dinero para llegar a COMAR”, cuenta Nathanael a esta casa editorial.
El taxista que los llevó a la COMAR le cobró 87 pesos, Nathanael no entendió bien el monto pues su español es básico; entendió lo que le habían cobrado cuando el taxista le entrego 13 pesos de cambio.
La distancia de Santa María la Ribera a la COMAR son 2 kilómetros con 300 metros, de acuerdo a una aplicación de paga el costo del viaje oscila los 40 pesos. Nathanael pagó como si el taxista les hubiera hecho un viaje redondo.
Sin más información y con menos esperanza que al inicio regresaron a la casa de huéspedes en Santa María la Ribera; esa donde los malos modos y la hacinación vienen dentro de la renta semanal –mil 600 pesos, sólo incluye el espacio y una sábana que se cambia cada 7 días-.
El cuarto donde están viviendo es de aproximadamente 4 metros cuadrados; sus miedos, ilusiones, esperanza caben en ese pequeño espacio pintado de blanco de 2 por 2 en el que sólo hay una cama y un viejo banco de madera verde; color del que está pintado todo el inmueble.
Cuando comenzaron a llegar los haitianos a la casa, los televisores fueron retirados de los cuartos. Nadie sabe el motivo; solo quedaron los cables de la compañía de paga que les ofrece el servicio.
La limpieza la deben hacer ellos; por la mañana su joven esposa limpia el lugar mientras Nathanael sale en búsqueda de trabajo. No ha tenido éxito, la gente no confía en él.
No obstante, hacer lo más básico se ha convertido en un suplicio. Usar el bañó, por ejemplo, es complicado. Un baño lo utilizan quienes ocupan 4 o 6 habitaciones; depende de las asignaciones del día, la higiene y limpieza no tienen cabida. Quienes atienden la casa de huéspedes lo limpian cuando quieren.
“He ido a buscar. Ayer fui a construcciones y no quieren darme la oportunidad. Ellos necesitan el carnet y la COMAR me dice que tengo que esperar. Mi hambre no espera, ni la de mi esposa”, dice el hombre mientras se toca el estómago.
Desde que llegaron a la capital, hace más de 15 días, sólo hacen una comida; solo pueden hacer una comida. Sus ahorros cada vez son menos y el hambre cada vez es más.
Su esposa sigue sin recibir atención médica, tienes seis meses de embarazo y no ha recibido atención ginecobstétrica.
En los consultorios de las farmacias les niegan la atención; viven a diario el racismo de los mexicanos que se niegan a ayudar; no importa que ellos paguen la consulta, para quienes los atienden, Nathanael y su esposa no son dignos de recibir trato.
El miércoles por la mañana irán al Hospital de la Mujer, en el Casco de Santo Tomás, en la alcaldía Miguel Hidalgo; en la panadería de la esquina una señora le comentó que ahí su esposa podría recibir atención. Sin embargo, a Nathanael en la COMAR le dijeron “a lo mejor no te atienden sin el carnet”.
La pareja no se da por vencida; quieren permanecer aquí hasta que el embarazo de la mujer de 35 años llegué a término. Saben que si su hijo es mexicano, todo, cambiará para ellos.